Nació el 4 de febrero de 1982 y recorrió Camerún de un extremo a otro siguiendo a su padre, que por motivos de trabajo debía cambiar de residencia cada dos o tres años.
Compañera inseparable de sus movimientos fue siempre la vocación sacerdotal, que los padres no obstaculizan y que iluminadas orientaciones espirituales ayudaron a fortalecer. A los 11 años, cuando ingresa en el seminario, ya están bien definidos en él los rasgos fundamentales de su fisonomía espiritual: carácter resolutivo, inteligencia viva, con tendencia a irritarse pero dispuesto a disculparse, intolerante ante cualquier injusticia, enamorado de la oración, inclinado naturalmente a la meditación.
Después, en la secundaria elige la opción científica, pues cree que puede prepararlo mejor para ayudar a su pueblo en el campo social, incluso en su futuro como sacerdote, que sigue siendo el horizonte hacia el que camina. "Quiero ser sacerdote y quiero llegar al sacerdocio puro", dice, más celoso que nunca de su vocación, aunque rodeado y cortejado por muchas chicas, que lo rebautizan como "Jean Cheri" por su afabilidad, su alegría y su incontenible vitalidad, expresada también en las canchas de voleibol, baloncesto y atletismo, donde el niño testarudo y tenaz da lo mejor de sí mismo, al menos tanto como en el estudio y en los pequeños trabajos con los que trata de ayudar a los padres a llegar a fin de mes.
El graduarse en bachillerato parece iluminar su camino vocacional: en septiembre de 2001 ingresó en el noviciado de los Oblatos de María Inmaculada, del que fue dado de baja ocho meses después porque su vocación “no tiene las características del carisma oblato”. Es un verdadero jarro de agua fría para él y para quienes apadrinaron su vocación. Mientras se dice a sí mismo que "no tengo que hacer un drama porque oficialmente no me reprochan nada", Jean siente todo el peso de este rechazo, de su regreso a su familia, de la búsqueda de un trabajo dificultado por la ironía y burla de algunos compañeros. Una prima monja le abre el camino al Carmelo casi al azar y así se encuentra en julio de 2003 en el convento de Nkoabang, para recorrer el pequeño camino de confianza incondicional en Dios que ha trazado Teresa de Lisieux y sobre el que Jean parece volar, como si realmente en el Carmelo Dios siempre lo hubiera esperado y siempre lo hubiera querido.
Aquí están tan contentos con su madurez espiritual y su continuo progreso que como aspirante lo promueven a postulante después de apenas once meses, pero cuando se prepara para partir al noviciado en Burkina Faso, le aparece un absceso en la rodilla derecha, que inmediatamente fue diagnosticado como un tumor maligno. Los tratamientos y las sesiones de quimioterapia fueron inútiles, el 18 de noviembre de 2004 fue necesario prever la amputación, que Jean enfrentó con un coraje poco común, afirmando que "al final, el Señor sólo le pide el regalo de una pierna que no necesita más tiempo". Con la intención de que ninguno de los que se acercan a él salga triste, “prefiere dar alegría”, incluso cuando lo llevan a Italia, primero a Legnano, luego a Candiolo. Atrae a los jóvenes como un imán, todos están asombrados por su fuerza y paciencia. El 8 de diciembre de 2005, con la dispensa de Roma, hizo su profesión solemne en su cama de hospital: se contentaría con ser incluso un "sacerdote en silla de ruedas", dispensador de la misericordia de Dios y hombre de oración, pero cuando le dicen que ya tiene los días contados, tras un momento de desconcierto concluye que “cumpliré mi vocación en el Cielo, pero no será una lluvia de rosas como la de Santa Teresa. Haré caer un diluvio de vocaciones sobre el Carmelo y sobre la Iglesia”.
Murió el 5 de enero de 2006 en olor de santidad.
El proceso diocesano sobre "vida, virtud y fama de santidad" se abrió en la archidiócesis de Milán el 15 de febrero de 2013 y finalizó el 9 de septiembre de 2014. El 24 de noviembre de 2017 se concedió el decreto de validez.